Columna creativa de Carina Michelli
Título: La Revelación De Lo Simple, ese Extraordinario Misterio
Encontrar belleza en los objetos cotidianos podría instalarse dentro de los grandes enigmas del mundo, nos dice el pensador japonés Soetsu Yanagi, y nos encanta esa exageración. Claro, será por el buen diseño que poseen, diremos apurados. Pero si miramos a trasluz, veremos que son varias las sospechas que surgen.
Tal vez sea la luz que los enciende, ese haz de sol por la ventana o el influjo de esa lámpara perfecta. Tal vez sean los materiales nobles que dan cuerpo a su alma, o aún más atrás, la concepción en la mente del artesano, instantes antes de que su paciencia modele esa forma que hoy nos llega como vajilla cotidiana, acolchados, almohadones, el mate que no queremos renovar, esa azucarera hermosa. Son los que llamamos rápidamente “utensilios” que pueblan la casa y que, finalmente, nos brindan a la par de utilidad, una dosis de bienestar sensorial. Hablo de esa sábana limpia que huele tan bien, esa manta que nos cobija mirando nuestra serie favorita, esas tazas humeantes que hacen que cada desayuno rápido sea una ceremonia de reyes.
Ahora quizás lleguemos al corazón del asunto: algunos dirán que no todos están preparados para advertir ese parpadeo feliz. No estoy tan de acuerdo. Se trata de un juego de sensaciones, para el que todos estamos hechos. Será un viaje de ida descubrir esos instantes dorados, esas pequeñas vivencias silenciosas donde cada parte supera al todo, y viceversa. Donde lo esencial puede ser visible no solo a los ojos. Donde todos los sentidos abren sus alas.
Lo cierto es que esos objetos sencillos que nos rodean —más valiosos que costosos, porque sus virtudes no radican en el dinero que cuestan— arman una sinfonía de lo simple, una danza de estímulos que nos alegran con sus voces bajas, sus presencias sin estridencias, sus destellos sin ambición. El acto de detenernos y contemplarlos, ese “aquí y ahora”, me atrevería a decir que puede ser considerado alguna forma de arte. Una revelación. Un goce íntimo, en el silencio de las cavilaciones personales. Cerramos los ojos y esa sensación fugaz se nos escapa, pero nos deja su rastro de bienestar en el alma. Espontáneo y duradero. Intransferible.
Es asombroso descubrir que objetos que dedican su existencia al servicio, puedan proveernos también felicidad. Y acá llega lo mejor. Deberíamos encontrar una nueva definición de “lujo”. Uno intenso. Personal. En línea con lo auténtico, donde lo grandilocuente no encuentra anclaje. Todo lo contrario a la ostentación, que busca doblegar al otro con mis excesos. Qué prodigio distinguir que algo producido para ser utilizado en la vida real posea una belleza que trascienda su propia realidad.
—Fotografía Elle Paternostro.
@carina.michelli