¿Y si creamose n vez de copiar?
La creatividad es una virtud, talento y característica primordial presente en mentes brillantes. Todos la tenemos, pero no todos la activamos, y va muy unida a la autoestima. Quien la tenga alta volará por sobre miedos y críticas, desplegando toda su imaginación; y quien la tenga baja, lamentablemente, se colgará del éxito ajeno y nunca alcanzará su brillo.
Etimológicamente, proviene del latín creare, que significa «crear, engendrar, producir», y se define como la capacidad de generar nuevas ideas, conceptos o soluciones originales, ya sea a partir de la imaginación o a través de asociaciones novedosas de ideas preexistentes. Pero no se trata solo de crear: posee un componente fundamental, que es su aplicación.
En otras palabras, esta no solo se refiere a la originalidad de la idea, sino también a su utilidad, es decir, a su capacidad de ser implementada o realizada. Porque de nada valen las ideas que no se plasman e impactan positivamente en nuestra sociedad.
Y al pensar en lo novedoso y creativo, me aparece su negativo, su contrario y/o sombra… la muy temida copia o plagio. Y es que, a pesar de que todos tomamos ideas de otros, la copia literal es oscura, sin brillo y sin virtud. El que crea llega primero; el que copia tendrá el último lugar y permanecerá para siempre en la sombra. Personalmente, arranco de la copia: me parece un gran engaño personal y una vil apropiación de la identidad del creador. Muy distinto es tomar ideas y crear con ellas una entidad propia y original.
La creatividad y la copia se ven muy bien reflejadas en el arte de la mesa. En ella existen estilos muy definidos, con autorías de renombre. Entonces, se hace muy evidente la literalidad.
Al comenzar a diseñar una linda y creativa mesa, hay que identificar un objeto que llame nuestra atención: puede ser un utensilio, una flor, un lugar o una sensación. Y la clave del éxito es la identidad, el plasmar en ella nuestro sello personal.
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